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La memoria no siempre es fiel a la verdad. Quien recuerda puede magnificar sucesos insignificantes y devaluar otros de cuya trascendencia apenas hay duda. Pero si se utiliza la memoria como hilo de Ariadna para, con su ayuda, revivir y tratar de ente... Seguir leyendo
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La memoria no siempre es fiel a la verdad. Quien recuerda puede magnificar sucesos insignificantes y devaluar otros de cuya trascendencia apenas hay duda. Pero si se utiliza la memoria como hilo de Ariadna para, con su ayuda, revivir y tratar de entender una época en la que nos parecía que el tiempo se había detenido entre las viejas casas de Beberino, sus caminos apenas asfaltados y los misteriosos sonidos de la naturaleza, mientras que nosotros notábamos que nuestras vidas, en las restantes estaciones del año y en las ciudades en que vivíamos, siempre estaban en movimiento, que cambiábamos y envejecíamos, entonces la memoria se convierte en un poderoso instrumento de creación literaria. Las páginas de este libro ofrecen un mosaico de vivencias y experiencias, de historias —reales o inventadas— escuchadas al anochecer, de alegrías y decepciones, de ritos de iniciación que jalonan el paso de la adolescencia a la juventud y de ahí a la madurez. Y siempre, como cemento que une y fija las teselas, el afán de supervivencia y de gozar de la vida aún en las condiciones más adversas, y las esperanzas y fantasías con las que muchas veces se intentaba conjurar el miedo, las preocupaciones y la enfermedad. Pero, como Wendy al final del cuento de James Barrie, tras regresar a su Londres natal, manteníamos los pies sobre el suelo y sabíamos que teníamos que crecer, gozar y sufrir, aunque ello supusiera que Peter Pan, para quien la vida era un juego y aventura perpetua, nos olvidara… porque habíamos dejado de creer en él.