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Un lugar, pero ¿qué lugar? ¿Un lugar donde han pasado cosas, cosas horribles? ¿Un sitio concreto en el que han borrado y aún borran las huellas, pero que sigue cargado de memoria, una memoria enterrada como enterraron los cuerpos, replegado bajo... Seguir leyendo
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Un lugar, pero ¿qué lugar? ¿Un lugar donde han pasado cosas, cosas horribles? ¿Un sitio concreto en el que han borrado y aún borran las huellas, pero que sigue cargado de memoria, una memoria enterrada como enterraron los cuerpos, replegado bajo un suelo allanado? Hace tiempo que Ucrania está llena de esos 'lugares inconvenientes' que molestan a todo el mundo: crímenes del estalinismo, crímenes nazis, crímenes de los nacionalistas, crímenes rusos; en este territorio herido que sólo aspira a algún tipo de paz y normalidad, las masacres no se detienen. Antes de que Rusia invadiese Ucrania, Antoine d'Agata y yo habíamos empezado a recorrer Babyn Yar, el lugar en que en 1941 masacraron a los judíos de Kyiv, y luego a decenas de miles de otras víctimas. La guerra interrumpió nuestro trabajo. No tardamos en retomarlo, de otra manera, en otro lugar, la pequeña ciudad de Bucha, a las afueras de Kyiv, tristemente famosa tras el descubrimiento de las atrocidades allí perpetradas por las fuerzas de ocupación rusas. Otra vez un lugar en el que pasaron cosas, otra vez un lugar donde borran las huellas, cuanto antes mejor. Circulen, circulen.