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A un siglo vista de la publicación de Orígenes del español (1926), la obra magna de Menéndez Pidal que pone las bases científicas de la historia lingüística de España, este libro representa un giro interpretativo respecto a varios de s... Seguir leyendo
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A un siglo vista de la publicación de Orígenes del español (1926), la obra magna de Menéndez Pidal que pone las bases científicas de la historia lingüística de España, este libro representa un giro interpretativo respecto a varios de sus planteamientos centrales y desarrollos posteriores. A partir de un corpus de más 20.000 elementos extraídos de gran número de fuentes árabes y latinas que van de los más de mil documentos mozárabes de Toledo a los cartularios y códices del norte cristiano peninsular y de las tierras recién reconquistadas, se establece que el espacio románico que va del Duero o el Medio Ebro a Gibraltar, de la orilla atlántica a la mediterránea de la Península, no constituyó, en época de orígenes, un mundo lingüístico uniforme inmovilizado en el arcaísmo, una suerte de réplica sine die inverosímil del romance primitivo que se hablaba al final del reino visigodo, en vísperas de la debacle histórica de 711. Y, entre muchas otras cosas, se demuestra que ese romance al que dio en llamarse mozárabe (hoy se abre paso la absurda expresión romandalusí), un tablero románico con variantes dialectales bastante definidas, no funcionó como puente de unión entre el oriente y el occidente peninsulares, una idea sin fundamento que ya era clave de arco de la interpretación pidaliana antes de los Orígenes de 1926. Pero hay aquí más y en distintos planos. Porque, al superarse la falsa premisa de dos Españas resultantes de la invasión árabe, opuestas en lo romance como blanco frente a negro, se hace la luz sobre un gran paisaje inexplorado (las tres cuartas partes del territorio situadas bajo el paralelo 42º N), lleno de fenómenos sorprendentes por sus conexiones con el arco cristiano-latino del norte. Todo ello obliga a replantear también, sobre bases más objetivas, el papel del románico que preexistía a los movimientos de reconquista no solo en el área central, sino también en la occidental (gallegoportuguesa) y en la oriental (sudcatalana, valenciana y balear) de la Península Ibérica.