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Cuando aparecieron sus Memorias, Garibaldi era, probablemente, el hombre más popular del mundo. Los campesinos de la Gran Rusia esperaban su llegada: «es un gran líder, el amigo de la gente pobre, y vendrá a liberarnos», se decía. Desde Siberia... Seguir leyendo
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Cuando aparecieron sus Memorias, Garibaldi era, probablemente, el hombre más popular del mundo. Los campesinos de la Gran Rusia esperaban su llegada: «es un gran líder, el amigo de la gente pobre, y vendrá a liberarnos», se decía. Desde Siberia, Bakunin le dio cuenta puntual al héroe italiano de cómo había vivido l’enthousiasme passioné con que la ciudad de Irkutsk había festejado la noticia de su expedición a Sicilia y su marcha triunfal a Nápoles. Después, su gloria inmortal –que es común a todos los países de Europa y América– se ha mantenido permanentemente en la memoria a través de la existencia de miles de calles y plazas bautizadas con su nombre en cientos de ciudades desde Nápoles a Montevideo. Fue uno de los personajes más retratados de su época. Estatuas, bustos, figuras de china, postales con sus rasgos mesiánicos y su camisa roja empezaban ya en su tiempo a venderse por doquier en cantidades inmensas lo mismo en Europa que en América. En Nueva York se le dedicó una estatua en Washington Square Park. En los medios demócratas en España hubo pasión por Garibaldi, hasta llegar a considerarlo como «el Viriato italiano», y a partir de 1868 los viejos militantes republicanos, demócratas y federales aportaron a los anarquistas el mito de Garibaldi. Fue aclamado por sus contemporáneos como el «Héroe de los dos Mundos». Las Memorias de Garibaldi fueron un bestseller en su época. Su «epopeya homérica», en palabras de Emilio Castelar, conmovió al mundo. Giuseppe Garibaldi. Héroe de la unificación italiana, nació en Niza el 22 de julio de 1807, en la misma casa y en la misma habitación donde había visto la luz el mariscal Massena, uno de los soldados más destacados de Napoleón. El relato de su vida, en el que parece mirar con más complacencia los años de su juventud en América que los más cercanos y trascendentales en el hacer de su nación, constituirán lo que, propiamente, son las Memorias de Garibaldi. Redactadas con anterioridad por Alejandro Dumas, conocieron ya una primera edición en París en 1860, y otra en Bruselas que contó con un discurso de Victor Hugo y una introducción de George Sand, mientras circulaban otras ediciones por otros países europeos a la vez que innumerables bosquejos biográficos del personaje. Todos ellos, con Dumas a la cabeza, a quien le apasionaba hacer de historiógrafo, contribuyeron a la entrada de Garibaldi en el «panteón de papel». La nombradía y el halo de popularidad que rodeaba a Garibaldi garantizaba ya de antemano el éxito de sus Memorias por Dumas, cuya fama mundial estaba asegurada tras la publicación de Los tres mosqueteros o de El conde de Montecristo. Por más que no deje de sorprender la inmediatez con que el novelista abordó la biografía de Garibaldi y la historia de sus camisas rojas, anticipándose a tantos otros, lo que dice mucho acerca de su olfato para detectar los grandes temas de interés para el público lector, que seguía entusiasmado con sus interminables novelones. Manuel Moreno Alonso. Catedrático de Historia Contemporánea, se interesa por la época napoleónica y el liberalismo. En Renacimiento ha publicado Lord Holland. La forja del liberalismo español (2024). Y en el sello Espuela de Plata, ha prologado algunos libros como Memorias de un boticario francés durante la guerra de la Independencia (2008), Autobiografía de José Palafox (2009), Memorias de un prisionero de guerra inglés en 1810 del general Blayney (2010), Memorias de un recluta de 1808 de Gille (2011), el Napoleón de Alejandro Dumas (2012), La campaña de Rusia del conde de Segur (2015) y Napoleón y las mujeres de F. Masson (2024).