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El sacrificio ha sido una práctica fundadora del estado en Occidente y, desde hace algunos años, una noción ingrata y envejecida. La historia del sacrificio revela los cimientos teológicos de un orden que muchos ciudadanos preferirían imaginar c... Seguir leyendo
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El sacrificio ha sido una práctica fundadora del estado en Occidente y, desde hace algunos años, una noción ingrata y envejecida. La historia del sacrificio revela los cimientos teológicos de un orden que muchos ciudadanos preferirían imaginar como fruto de un libre contrato. La idea de sacrificio ha ido mutando, adaptándose a las cambiantes relaciones entre las partes y el todo, entre individuo y sociedad. Mejor dicho, ha sido esta idea de sacrificio quien ha construido dichas relaciones. Alimentando a los dioses, escrutando sus reacciones y sus mensajes, ha erigido un universo jerárquico, así en el cielo como en la tierra: los primeros templos son también palacios, graneros y bancos, y se hace difícil a veces distinguir entre las figuras del dios, el rey y el sacerdote. El ritual puntilloso delinea los contornos de la ley. Y, cuando la obra está en su apogeo, cuando los dioses se han vuelto demasiado grandes para necesitar nada de sus adoradores, se repliega al ámbito personal y crea una conciencia de deuda y abnegación. El sacrificio no es una práctica ingenua: ya en los Vedas y los Bráhmanas se encuentra una reflexión sobre su naturaleza, su eficiencia o su inutilidad. El cristianismo, por su parte, al que se debe su reinvención y el nombre por el que lo designamos, es heredero de todas las dudas que ya en el mundo mediterráneo clásico despertaba este modo de relación con lo divino. La Revolución (la francesa, en primer lugar) lo extrae del discurso religioso y lo desarrolla con una notable fidelidad a su fuente: mártires y víctimas retienen el peso sagrado de sus orígenes. La antropología, por su parte, ha multiplicado las teorías del sacrificio: celebración de la comensalidad y la identidad, divisa entre humanidad y naturaleza, cuota de renuncia necesaria para la convivencia humana, expresión o expiación de una violencia primigenia... Más que añadir una teoría más a esa larga lista, este libro intenta describir cómo el concepto se ha formado y universalizado. Con un amplio recorrido por tiempos y civilizaciones -de las ciudades aztecas a la taiga siberiana, de la selva amazónica a Atenas, de los salmos de David a la película Metrópolis- esta obra relata cómo la noción de sacrificio, al dejar de ser tema de debate, se ha vuelto tema de pesadilla.