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Como muchos grandes pintores del siglo xix, Ingres escribía sobre el arte. Lo hacía en cuadernos desordenados, en borradores de cartas de negocios, en cuentas de gastos, en papelotes dispersos en medio de otros papeles, pero que juntos conforman un... Seguir leyendo
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Como muchos grandes pintores del siglo xix, Ingres escribía sobre el arte. Lo hacía en cuadernos desordenados, en borradores de cartas de negocios, en cuentas de gastos, en papelotes dispersos en medio de otros papeles, pero que juntos conforman una de las obras sobre estética más significativas de la modernidad. Fue su alumno Henri Delaborde quien recogió, en 1870, los pensamientos dejados por el maestro, de los que esta edición destila su quintaesencia. Procedentes, pues, de fuentes diversas, y sin embargo singularmente coherentes, en ellos nace una reflexión sobre el arte que tiene en igual medida el sentido de la eternidad y el sentimiento de la vida, el eco del lenguaje confidencial y la vocación de lo absoluto. No estamos frente a un tratado o a una obra sistemática, sino frente a una suerte de aforismos que capturan una intuición, ante reflexiones sobre la pintura desarrolladas en medio de los alumnos, mientras se mueve entre los caballetes, da explicaciones delante del modelo y corrige los trabajos. Sin embargo, pocas páginas están recorridas como éstas por tal tensión metafísica, con un Ingres al margen de los clichés, que hace un elogio de la pureza de la línea, pero también de la emoción en pintura, una mística de lo Bello; que nos habla no del arte de su tiempo, sino del arte atemporal y sin etiquetas, del arte que es «eterno y único», como única y eterna es la belleza de la naturaleza.