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A los trece años, yo era un proyecto de poeta maldito y filósofo descarriado. En un ajado cuaderno dejé constancia de un terrible hallazgo: las dos únicas cosas seguras en la vida son la muerte y el sufrimiento. Lamentablemente, la «adolescencia... Seguir leyendo
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A los trece años, yo era un proyecto de poeta maldito y filósofo descarriado. En un ajado cuaderno dejé constancia de un terrible hallazgo: las dos únicas cosas seguras en la vida son la muerte y el sufrimiento. Lamentablemente, la «adolescencia» —que es un adolecer por todo— no me dejó ir más allá del oscuro pesimismo de esa constatación. Ese niño de mente precoz creció maldiciendo y renegando del dolor. Entender la función del dolor me llevó medio siglo de vida y mucha asistencia de mis Ángeles, Guías y Maestros. El dolor no se busca, no se desea, pero puede usarse. Aprendí que casi no hay nada más importante que encon-trar significado al sufrimiento. En él se ocultan piezas clave para entender el sentido de la existencia. No se trata de ser siniestro o masoquista. Pero es un hecho que la felicidad no nos explica la vida. Cualquier tonto puede ser feliz, pero no cualquiera sabe sobreponerse al dolor. Cuando no puedes librarte de algo, necesitas reconocerlo y entender cómo funciona. Si entiendes el dolor, aunque sea sólo en parte, todo cambia. Cambia la perspectiva y, con ella, la percepción de la vida. Todo lo que sé del dolor desde lo humano y lo místico se halla en este libro, analizado de la forma más rigurosa y accesible que Dios me ha dejado. Que te sirva bien, caminante.