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No cabe duda de la superioridad moral del sistema democrático sobre el régimen autoritario, y no digamos, el totalitario. La prueba es que los regímenes autoritarios o totalitarios pretenden aspirar también a ser "verdaderas" democracias. La vent... Seguir leyendo
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No cabe duda de la superioridad moral del sistema democrático sobre el régimen autoritario, y no digamos, el totalitario. La prueba es que los regímenes autoritarios o totalitarios pretenden aspirar también a ser "verdaderas" democracias. La ventaja, a la que aludo, no es, solo, moral o de legitimidad, sino práctica. El sistema democrático permite, mucho mejor, la capacidad de corregir los errores, a través de la publicidad inherente al parlamentarismo y la libertad de prensa. El problema es, asimismo, de índole práctica. La democracia puede degradarse, fácilmente, si los actores que la llevan a cabo manifiestan una propensión autoritaria en sus comportamientos, actitudes y valores. No es un supuesto extravagante, sino el que se aplica, de forma reiterada, a la situación española del último siglo y medio. (...) Bastante tarea tiene el sociólogo con observar la realidad con un mínimo de sistema. Si los hombres públicos se resisten a reconocer los trazos autoritarios, que llevan consigo, es porque se imponen estos dos axiomas: (a) El autoritarismo es, exclusivamente, de derechas. (b) La marcha general de la